MICHAEL MONROE en Sala Sonora (Bilbao, España)
Banda Invitada: HIGHTLIGHTS
Jueves 8 de Mayo de 2014
por Unai Endemaño
El hecho de que la energía ni se crea ni se destruya, resulta evidente cuando uno tiene a dos palmos a alguien tan vigoroso como Michael Monroe. La energía tan solo cambia de forma, a veces transformándose en contoneos, a veces en saltos y las menos, en desfases como los que es capaz de currarse el rubio cantante que protagoniza esta crónica. La actuación que aquí nos ocupa, por tanto, sirvió para que pudiésemos ratificar una vez más el primer principio de la termodinámica, sin necesidad de segundas oportunidades que la refrendasen.
Antes de poner teoremas sobre la mesa, cabe dedicar adjetivos sobre la excelente banda local que abría aquel día. Los Hightlights de Arrigorriaga serían los encargados del teloneo pertinente, restregando su convincente Hard Rock por todos los rincones de la Sonora, mientras presentaban en sociedad algunos de los temas que se incluirán en su primer trabajo.
Tuvimos ocasión de llegar antes de tiempo y ver como aún andaban probando sonido, regalándonos un cover del «Shoot Shoot» de UFO a modo de propina. Comenzarían fríos y sin que la voz se escuchase en absoluto, desluciendo el considerable volumen que restallaba desde los altavoces. Remontarían con celeridad en cualquier caso, al poco que iban sintiéndose cómodos sobre las tablas de la Sonora.
La suerte les jugaría una mala pasada de nuevo, cuando andaban en franca progresión ascendente, forzándoles a cambiar una de las guitarras de improviso. A partir de ese momento, les salió la casta y cuajaron sus mejores minutos de la velada, recomponiéndose perfectamente ante la noche torcida con que se habían topado. Terminarían pletóricos en cualquier caso, desoyendo al karma que parecía haber pretendido jugársela y con una fenomenal versión del «Son Como Hormigas», levantando unos pocos puños entre los presentes.
La espera dispuesta para cambiar el backline sería la justa y necesaria, dando tiempo a que entrase un poco más de gente en una sala que seguía luciendo desangelada. Menos de ciento cincuenta almas parecían haber acudido al reclamo de la estrella finesa. Demasiados pocos sin duda, para el nombre que anunciaban los carteles promocionales, insuficientes a todas luces, teniendo en cuenta la deslumbrante carrera del señor que estaba a punto de encaramarse sobre el tablao.
Lo haría abanico en mano, despampanantemente eléctrico y con sus enormes ojos saludándonos de manera juguetona. «Horns and Halos» sería el primer corte esgrimido, a la velocidad exacta que la versión de estudio lleva de serie, pero con el millón de revoluciones extra que la banda imprimía sobre el escenario. Un simple tema molón, se convertía en un bombazo preparado para reventarnos en las mismas narices y por suerte, no disponíamos de suficiente tiempo como para apartarnos.
Todo parecía orquestado para que el impacto resultase intratable, asentado sobre una formación de solidez contrastada, el rubiales de Monroe campaba a sus anchas poniendo la guinda a cada segundo que interpretaba. Su forma física era literalmente de otro planeta, con cincuenta y un años, que parecían muchísimos menos, nos dejaba alucinados mientras saltaba, corría y se lanzaba sobre la tarima, con cada una de las piernas apuntando hacía esquinas opuestas. Parecía un gimnasta entrenado, sobrado de glamour y con un saber estar que solo otorgan los años y años de carretera.
Los acompañantes merecerían un párrafo aparte, empezando por la pegada martilleante de Karl Rockfist, el toque de malote newyorkino que imprimía Steve Conte desde su esquina de guitarra estrella y la pareja fulminante que formaban Sammi Yaffa y Rich Jones, este último sin dejar de soltar patadas al aire de manera amenazante. Ninguno de ellos ensombrecería un solo ápice la estelar presencia del ex cantante de Hanoi Rocks de todos modos, ni siquiera su antiguo compañero Sammi.
El repertorio constataría también el estado de gracia del espigado cantante, presentando casi en su totalidad el último trabajo y dejando reservados sus clásicos añejos, para determinados momentos puntuales. Era obvio por tanto, que no es Michael Monroe de los que sobreviven gracias a su pasado glorioso, esto le honra y le otorga una credibilidad con la que la mayoría de músicos de su quinta sueñan en balde. Se permitió de esta manera, mantener los momentos más coreables de la actuación, suspendidos sobre éxitos recientes como “Ballad Of The Lower East Side” o “Trick of the Wrist”, hasta que por fin aparecería algún cover de Hanoi en escena.
«Underwater World» sería la primera, insuflando aires de tugurio con clase, mientras que “Nothing’s Allright” nos recordaría toda la gloria perdida de los Demolition 23. Las primeras filas en las que habíamos trascurrido todo el concierto, se irían apretujando en estos instantes estelares, con el público sabedor de que no restaban demasiadas oportunidades para el desmelene. La última antes de los bises, sería sin duda «Dead Jail Or Rock And Roll”, de manera icónica y con nuestro protagonista saltando una y otra vez desde la reluciente batería que gobernaba el centro del escenario.
Volvería al poco rato, enfundado en un chaleco blanco de cuero, para cascarse las enormes “Hammersmith Palais” y “Malibu Beach Nightmare” y cerrar de manera apresurada la comparecencia. El público había recibido casi ochenta minutos inapelables, pero aún seguiría unos cuantos más pidiendo el regreso de la estrella finesa. Tan poderoso había sido, tan rotundo su mensaje e incendiaria su puesta en escena, que había conseguido que todo trascurriese en un suspiro tan solo. Como una cerilla que enciendes y cuando te quieres dar cuenta, ya te está quemando los dedos. Así es el directo de Michael Monroe.