Reviews de Shows: DREAM THEATER en Pabellón Anaitasuna (Pamplona, España)

DREAM THEATER en Pabellón Anaitasuna (Pamplona, España)

Viernes 17 de Enero de 2014

por Unai Endemaño

La primera gran gira con la que nos ha recibido el 2014 tenía ingredientes de sobra como para haber atravesado la península de manera triunfal, llenado pabellones y dejando suspiros de admiración a su paso. Por desgracia vivimos días grises, en los que el tono agridulce parece acabar arrejuntándose con todo lo que antaño parecía intocable. Comencemos con esta perspectiva por tanto, relatando lo acontecido en la velada pamplonica, una noche que no se conformaría con dejarnos crepusculares análisis, sino que también serviría para contemplar a un conjunto en batalla directa contra su propia madurez.
Siendo esta como es una banda que siempre se ha caracterizado por aglutinar seguidores acérrimos a sus filas, enamorados de las virguerías musicadas y los desarrollos elitistas, sus actuaciones suelen nutrirse de músicos mayoritariamente, la clase de espectadores que disfrutan analizando todos los detalles y esperando el momento justo en el que desde el escenario se escapa media nota torcida. Este ha sido tradicionalmente el público que ha llenado las actuaciones de los americanos y hoy en día es el que continúa acercándose hasta sus giras, sin conseguir de todos modos en pleno 2014, que los recintos en los que predican coloquen el significativo sold out. Aquí se encontraría el primer condicionante para entender como es debido, todo lo que allí se iba a edificar durante las próximas tres horas.

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El día anterior venían de pegarse un elegante traspié en su cita madrileña, en donde cuentan que el sonido les impidió ejecutar un tercio del repertorio que tenían preparado, es por esto que a nadie sorprendió demasiado que prescindieran de proyecciones mientras la intro de su último trabajo sonaba. Un discreto telón blanco caía al suelo para mostrar a Petrucci y a Myung tomando las posiciones frontales, mientras en la retaguardia sobresalían Ruddess y Mangini anclados sobre sus espectaculares instrumentos. LaBrie saldría al poco de comenzar “The Enemy Inside”, con su característica pose tosca y algún que otro kilo más que la última vez que lo tuve delante.

La banda presentaba el primer corte de su último trabajo y enseguida nos percatábamos de lo mal que sonaba la pieza teniendo en cuenta a quienes teníamos sobre el escenario. Nos tienen mal acostumbrados en lo que se refiere a estándares sonoros y sería preciso otorgarles el beneficio de la duda un par de cortes más todavía. Dejaríamos los certeros preludios en cualquier caso, para zambullirnos en la primera exhibición de largo desarrollo que la noche nos ofrecería, “The Shattered Fortess” sería interpretada para tal fin. Meritorio recuerdo que iba sumando facetas a la velada, desde el innegable tono heavy que se había escogido para arrancar.
Una vez estuvimos situados en pleno centro del recinto, constatamos como aún quedaban demasiados resquicios sin llenar, el sonido aún rebotaba contra ellos y no permitía distinguir los nimios detalles que engrandecen los cortes del conjunto. “On The Back of Angels” de todos modos, sería visto como el primer punto de inflexión hacia lo que habíamos venido buscando, con su acertada puesta en escena alternando imágenes de videoclip con las del propio escenario, ejemplificaría la inequívoca mejora que acabaría por convencer al Anaitasuna.
Mi colega Pedro Hermosilla mentaba en voz alta a Rush al tiempo que “The Looking Glass” enseñaba la mejor faceta de los americanos, la deudora de gigantes setenteros, rellenando con momentos dulzones e instrumentación portentosa los momentos en los que las voces desaparecían. La mejora en cómo estaba sonando la orquesta resultaba evidente, habían pasado los peores momentos y ahora todo iría prácticamente rodado. La euforia iría apoderándose del viejo pabellón, el éter de todos modos tendría que personarse para impregnar el aroma sinfónico que Dream Theater gustan de ejecutar, “Trail of Tears” les serviría para tal fin, recordando de paso un álbum en el que era posible caer en el infinito mientras se reverenciaba a Edgar Allan Poe. El corte escogido cruzó de costa a costa, emocionando con un enorme LaBrie y un Jordan Ruddess que se hacía dueño y señor hasta que Petrucci decidía que había llegado el turno para lucirse. Sin duda el tramo crucial y el primero que explicaba el por qué esta banda ha sido capaz de vender más de diez millones de copias a lo largo de su dilatada historia.
Se rompería el punto meloso con Mike Mangini desatado y “Enigma Machine” dispuesto para que el impresionante batería se cascara un solo breve, pero lo suficientemente excelso como para constatar que en el apartado musical nada tiene que envidiar a Portnoy. Otra cosa muy diferente se podría afirmar respecto a su papel como miembro de pleno derecho del conjunto, por ningún parche de su batería se sentía el carisma que siempre ostentó su antecesor, demostrado quedaba como su punto chulesco dotaba de personalidad a una banda que ahora resulta demasiado comedida en lo que al espectáculo se refiere..
La rotundidad desembocaría en tiempos ligeros una vez más, los que inundaban los surcos de “Along for the Ride” siendo recibidos con calmado jolgorio. Recatados andaban los ánimos, que no se propulsarían hasta un buen rato después a pesar del galáctico solo que Petrucci haría fluir durante “Breaking All Illusions”.
Llegábamos al primer descanso de la noche, el aniversario del «Awake» nos aguardaba tras la pausa, dejándonos la oportunidad para comer un bocata de la barra y reposar todo lo que hasta ese momento habíamos digerido. Novedosa fue la inclusión de un reloj que señalaba los minutos que restaban para que el grupo saliese a escena, así como los videos de imitadores de youtube que las pantallas proyectaban en cadena. Se nos hizo amena la espera y sirvió para que cogiésemos con ilusión todo lo que se nos avecinaba.

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“The Mirror” nos saludaba mientras el sonido se tornaba grueso y desafiante, los metálicos ribetes con que cuenta parecían empastar con un Anaitasuna que cada vez lucía más lleno. Jordan Ruddess se agenciaba la batuta, tomando el centro del escenario con un estrafalario teclado torcido al hombro, mientras las calvas que antes se apreciaban sobre las gradas iban completándose, y el frío que nos había recibido iba esfumándose por donde había venido. Al ritmo de “Lies” nos desmelenábamos sin tratar de comparar lo que los altavoces escupían, con lo que un día la banda dejara grabado. Es en esta fase de la velada donde peor lo iba a pasar LaBrie, tratando de alcanzar en ocasiones los tonos que hace quince años firmaba. Demostró una vez más que es el rival más débil dentro de una formación inexpugnable, el eslabón más endeble dado que su instrumento tiene que batallar contra todos y cada uno de los años que trascurren. No fue su peor noche hay que señalar de todos modos, se defendió con oficio, comenzando sólido en los cortes recientes, raspado en la fase del «Awake» y por momentos brillante cuando tocaba zanjar.
Los vientos volvían a soplar tregua con “Lifting Shadows of a Dream” envolviéndonos en su ritmo hipnótico. Nos sumergíamos en las sombras que sugieren los sueños que contaban, con melodías aterciopeladas y emotividad propia de clásico inevitable. Muy distinto se nos mostraba el recuerdo a los caracoleos que encierra «Scarred”, nuevo giro hacia el lado más progresivo de la formación con un LaBrie que atravesaba su particular vía crucis. Llegaría vivo para aparcar el «Awake» a lomos de “Space Dye Vest”, uno de los mayores logros que Kevin Moore dejara clavado en la discografía del conjunto. Jordan Ruddess le suplió impecablemente, con todo el feeling que en ocasiones olvidamos que ostenta. Lástima que se le introdujo al tema una visión un poco más funcional, menos intimista y sombría, pero en consonancia con lo que la banda en conjunto simboliza. Yo la hubiese preferido tal y como la recordaba, pero todo no puede ser.
La segunda parte concluiría con el último corte que Dream Theater ha plasmado hasta la fecha en álbum alguno, “Illumination Theory” sería de esta manera el épico final dispuesto para nuestro disfrute. Con un despliegue instrumental máximo, absolutamente mayestático y con su preciosa parte central adornada por bucólicas imágenes y sonidos orquestales similares a los de una banda sonora clásica.

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El segundo descanso que se planteó después de los excelsos veinte minutos descritos, se hace corto, casi no da ni para ir a tomar media birra en las barras del Anaitasuna, otro aniversario de lujo esperaba para ser celebrado como es debido. El «Scenes from a Memory» reclamaba su turno y lo hacía con la “Overture 1928” que lo iniciaba, con idéntica sensación de algo grande fraguándose. En este determinado punto nos decidimos a tomar posiciones más cercanas al escenario y dejábamos de prestar atención a los dedos culebreantes de nuestros protagonistas. Los miembros de la banda continuarían permitiéndonos amparar la metáfora del pulpo sobre sus instrumentos, con sus dedos moviéndose en diabólica cadencia y nosotros tratando de acompañarles en el viaje.
Con “Strange Deja Vu”, “Dance of Eternity” y “Finally Free” para poner punto y final, nos quedaban multitud de imágenes que merecían un renglón en el que ser contadas, la impresión general de todos modos era la de una banda que disfrutaba los segundos de gloria que sus grandes piezas les regalaban. Con el público ondeando sus brazos de un lado a otro en “Finally Free” o bailando alocadamente mientras el “Dance of Eternity» tenía lugar, la euforia había llegado hasta el Anaitasuna y pocos serían los que no hubiesen terminado por escuchar el «Scenes…» en su totalidad, si la banda se lo hubiese permitido. No sería así, se despedirían educadamente ante un buen puñado de sonrisas, menos de las que unos dias antes nos hubiésemos imaginado, pero bastantes más de las que presagiábamos al comenzar el recital.

 

 

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